Recuerdo aquellos años. De su casa a la nuestra sólo se tardaban 5, 10 minutos andando, y, sin embargo, recorrer aquellos metros era como viajar en el tiempo o en el espacio. Allí las vecinas sacaban sus sillas al portal, a ver cómo jugábamos los niños. Todos nos conocíamos, como si esas casas no formaran parte de la ciudad. Aquel descampado era nuestro campo de juegos. Allí nos encontraban a cualquier hora del día, desde jugando a las casitas hasta al fútbol. Para nuestras cortas piernas, llegar al final del campo era toda una aventura. Allí, al fondo, teníamos hasta un campo de fútbol de verdad, el Santa Marta, con sus porterías y sus vallas donde tantas veces nos colgamos, sólo para nosotros. Con la reguera, donde íbamos a lavar las bicis (y más bien nos ensuciábamos nosotros). Cuántas veces hicimos muñecos de nieve a la puerta de casa (porque de aquella nevaba, y hasta cuajaba), los postes de la luz servían para jugar a la goma y entrábamos en casa de cualquier vecino como si fuera la tuya propia. Cuando llegaba la temporada, en el aire estaba presente el olor a pimientos asados, que las abuelas asaban en la calle como llevaba haciéndose toda la vida...
Ahora... todo ha cambiado. Te he visto crecer, pequeño barrio, te he visto cambiar, hemos jugado y nos hemos escondido entre tus obras, sin imaginar que un día todo llegaría a ser tan distinto. Desde mi ventana ya no veo las vías del tren, ya no hay niños en las calles. Nuestro descampado se ha convertido en un parque infantil, una manzana de casas, dos aparcamientos, un instituto, un ambulatorio y una residencia para ancianos. Los niños ya no juegan al fútbol ni a las casitas (ya no quedan piedras para ello). Los vecinos ya no sacan sus sillas a la calle ni se huele a pimientos asados. Ya no se conocen entre ellos y todo lo más que se dicen es un hola al cruzarse. Las casas todavía siguen en pie, quien sabe por cuanto tiempo, hasta que decidan tirarlas para construir bloques de edificios.
No, yo de pequeña no iba al pueblo, pero tampoco me hacía falta, porque la esencia del pueblo la tenía a cinco minutos de mi casa.
7.2.07
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